miércoles, 11 de abril de 2012

La plaga







En memoria de J.S.F.












NADIE PUDO concretar el momento exacto en que llegó la plaga. Muchos de nosotros, ni siquiera nos dimos cuenta de las señales: la proliferación de los burdeles, los matrimonios en masa, la extraordinaria invasión de los poetas. El doctor no fue consciente de su existencia hasta el primer contagio. 
Según supe más tarde, estuvo visitando a El Cubano regularmente, durante al menos tres meses, para comprobar su estado de salud. Además, jugaban al ajedrez y discutían sobre política. Eran viejos amigos. Aquella mañana, el doctor no pudo pasarse a la hora prevista, así que telefoneó a su casa sobre las tres de la tarde, le dió algunos consejos médicos y quedó en visitarlo durante la noche. Interpretó el tono de su voz como una mejoría. 
Llamó a la puerta de la casa sobre las dos de la mañana. Llevaba un abrigo largo y oscuro, y un par de cafés. Esperó durante media hora, insistiendo intermitentemente, hasta que se rindió y volvió a casa. Al día siguiente repitió la operación. Y al siguiente. Al tercero, fue en busca del juez, decidido a obtener una orden para echar la puerta abajo. Lo acompañaron un agente judicial y dos policías. Cuando consiguieron entrar, lo hallaron tirado en el suelo del salón, bocabajo, con la boca abierta y las palmas hacia arriba, rotundamente muerto.

Era la brote de soledad más terrible de los últimos años. Los agentes dieron un paso atrás al descubrir los síntomas, al comprender las señales, para evitar contagiarse. Como si no se hubiesen contagiado ya. Como si todo el pueblo no estuviese contagiado para siempre.

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